En la década de 1950, el ingeniero alemán Felix Wankel presentó una idea que cambiaría la percepción de los motores de combustión interna. Su invención, conocida como motor Wankel o motor rotativo, prometía revolucionar la industria automotriz. Este diseño rompía con las normas tradicionales al eliminar los pistones lineales, reemplazándolos por un rotor triangular que giraba dentro de una carcasa ovalada. Esto eliminaba componentes como válvulas y cigüeñales, haciendo que el motor fuera más compacto, ligero y con menos vibraciones.
El primer prototipo funcional fue construido en 1957 por NSU, un fabricante alemán que identificó el potencial del diseño. Este motor ofrecía ventajas destacables. Su compacidad permitía instalarlo en vehículos pequeños sin comprometer espacio ni rendimiento. Además, su funcionamiento era notablemente suave, lo que mejoraba la experiencia de conducción al eliminar las vibraciones típicas de los motores tradicionales.
Sin embargo, el gran salto del motor Wankel a la fama ocurrió cuando Mazda adoptó la tecnología. En 1967, la marca japonesa lanzó el Mazda Cosmo Sport, el primer coche de producción en masa con motor rotativo. Este modelo marcó el inicio de una era en la que Mazda destacó como principal defensor de esta tecnología. Más tarde, modelos como el RX-7 y el RX-8 se convirtieron en vehículos icónicos, valorados tanto por su diseño como por el rendimiento de sus motores rotativos.
Aunque el motor Wankel prometía revolucionar la industria, también presentaba limitaciones que dificultaron su adopción masiva. Una de las principales desventajas era su alta demanda de combustible. A pesar de ofrecer una gran potencia para su tamaño, su eficiencia energética era considerablemente menor en comparación con los motores de pistones convencionales, especialmente a bajas velocidades. Otro desafío era el desgaste prematuro de los sellos laterales del rotor, lo que provocaba fugas y altos costos de mantenimiento.
A medida que las regulaciones ambientales se endurecieron en las décadas de 1980 y 1990, otro problema del motor Wankel se hizo evidente: sus emisiones. La forma de su cámara de combustión dificultaba una quema completa del combustible, lo que resultaba en niveles elevados de hidrocarburos no quemados. Esto lo hacía incompatible con los estándares ambientales que comenzaban a dominar la industria automotriz.
Mazda trabajó incansablemente para resolver estos problemas y mantener viva la tecnología del motor rotativo. Sin embargo, las prioridades de gobiernos y consumidores comenzaron a cambiar. La eficiencia y la sostenibilidad se convirtieron en factores clave, relegando los motores Wankel. En 2012, Mazda cesó la producción del RX-8, marcando el final de una era para los motores rotativos en coches comerciales.
A pesar de su declive, el motor Wankel no desapareció por completo. Su diseño compacto y versátil lo hizo ideal para aplicaciones especializadas, como generadores, drones y aeronaves ligeras. Además, Mazda anunció recientemente planes para resucitar el motor rotativo como un extensor de autonomía para vehículos eléctricos, una aplicación que podría aprovechar sus fortalezas mientras minimiza sus desventajas.
El motor Wankel dejó un legado significativo en la industria automotriz. Representa un ejemplo de innovación y creatividad, demostrando que las ideas disruptivas pueden cambiar el curso de la ingeniería, incluso si enfrentan obstáculos insuperables. Su historia recuerda los retos de equilibrar eficiencia, sostenibilidad y practicidad en un mercado en constante evolución.
Hoy, el motor Wankel sigue siendo un símbolo de audacia y experimentación, una reliquia de una época en la que la industria automotriz no temía pensar fuera de lo convencional. Aunque ya no domina las carreteras, su impacto permanece como una de las innovaciones más audaces y memorables de la historia del motor.