Las leyes de tráfico no tratan sobre este asunto en particular y tampoco se puede generalizar para dar una respuesta a esta cuestión de una forma “justa” y que pueda servir para todo el mundo, ya que no todos tenemos los mismos reflejos, capacidad de reacción o rapidez. Pero sí trataremos de responder a ello mediante una serie de estados físicos.
Como ya sabemos, el acto de conducir exige que nuestras aptitudes psicofísicas estén en excelentes condiciones para poder responder con rapidez a las adversidades que nos encontremos en la carretera y así mantener nuestra propia seguridad y la de los demás conductores y peatones.
Con el paso de los años y el envejecimiento es normal que dichas aptitudes vayan disminuyendo, siendo cada caso distinto a otro, por lo que la decisión de cuándo dejar de conducir suele ser bastante personal y subjetiva (a pesar de poder realizar pruebas psicotécnicas) pero también es un ejercicio de responsabilidad y seguridad para con el resto de la sociedad.
La importancia de los sentidos
Para saber cuándo ha llegado (o está llegando) el momento de dejar de conducir, hay que prestarle atención a nuestros propios sentidos, en especial a la vista, al oído y al aparato locomotor, que son los tres sistemas principales de nuestro propio organismo que nos ayudan a conducir con seguridad y que pierden eficacia con la edad.
La vista se deteriora (se reduce el campo de visión, los brillos molestan más y cuesta más ver bien de noche) y ver bien y con claridad es fundamental a la hora de ponernos al volante. El oído también deja de percibir ciertos sonidos y frecuencias y nuestros reflejos, fuerza y flexibilidad también comienzan a fallar.
Ciertas enfermedades sí son limitantes
Aunque la vista, el oído y nuestro cuerpo se encuentren en perfecto estado, hay enfermedades que suponen una complicación añadida para la conducción como son la artritis, el Parkinson, el Alzheimer y la epilepsia. La sintomatología de cada una de ellas (dolores articulares; temblores; pérdida de memoria…) son muy peligrosas para manejar un vehículo, por lo que no es nada recomendable conducir con alguna de ellas, sabiendo cuándo se deben asumir las limitaciones de cada uno.
También es importante realizar revisiones médicas periódicas y en cada una de ellas preguntar e interesarse por cómo influyen las molestias de nuestro cuerpo de manera negativa en la conducción. Asimismo, es bueno escuchar y hacer caso a familiares, amigos y especialistas: ellos quieren lo mejor para nuestra propia salud y seguridad.
Abandonar la conducción de forma gradual
No es necesario dejar de conducir de la noche a la mañana (a no ser que exista alguna enfermedad, como las mencionadas arriba) en que sí sería preciso. En ese caso, puede hacerse de manera gradual, eliminando dificultades para la conducción: no hacer grandes viajes y en su lugar hacer trayectos más cortos o por poblado, conducir por vías que se conozcan bastante y a menor velocidad (pero tampoco que sean muy reducidas en el tramo en cuestión), tratar de conducir durante el día, evitar las condiciones climatológicas adversas (lluvia, viento, nieve…), que nos acompañe alguien (familiar o amigo) que pueda hacer de copiloto…